La comunión íntima de Yo Soy El Que Soy es con los humildes que le temen y guardan su Pacto - Parte 2

Ricardo Claure Peñaloza PODCAST

«El Dios Vivo nos está enseñando en este tiempo a todos y cada uno de los que somos parte de sus redimidos a levantar nuestra alma. Aunque estemos en prueba, tribulación, sufrimiento, dolor, vicisitudes, cosas difíciles que acontecen en nuestra vida, es necesario levantar el alma. El alma no puede quedarse en depresión, ni sumida en el sufrimiento y el dolor; tú no puedes dejarte vencer por los problemas que acontecen a tu alrededor, tú debes levantar tu alma a Él.

Te olvidas del Señor porque el sufrimiento puede más, el dolor te embargó y te endureció el corazón, te llenó de amargura, rencor, resentimiento, y tantas otras cosas más que te alejan de Él; en vez de humillarte como los humildes de corazón y subir a su Presencia habiendo levantado tu alma a Él. No necesitas otra cosa más que disponer tu vida, y en un instante estarás en su Santísimo Lugar, en esa Morada, en esa Habitación que amamos, que tú amas.

Podrás estar lleno de incertidumbre, duda, falta de fe, y de tantas cosas que acontecen cuando estás en circunstancias adversas; pero no te puedes quedar así, no puedes permitir que el enemigo te mantenga así; porque así viene la derrota. Lo que tú debes hacer es levantar tu alma y subir a Él, a su Trono celestial, a la Presencia del YO SOY EL QUE SOY.

Tienes que saber esperar en Él, esperar en la quietud del Santísimo Lugar, en esa quietud, en esa paz. Cada día que vaya pasando vas a ir conociendo plenamente lo que es la Voluntad del Señor sin atreverte a tomar una decisión así por así, sino esperar en Él; y verás como el Señor va ir guiando tus pasos y va ir ordenando tu vida. No habrá confusión, habrá Luz, habrá Verdad.

El corazón confiado dice: “Él hará, Él me guiará. Esperaré, mi esperanza está en Él, mi Hatikva es Él”.

Los que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son llamados “hijos de Dios”. Debes dejar que Él sea el que te guíe, así como cuando no sabes cuando viene el viento, ni sabes de donde viene ni a donde va, así son aquellos que son guiados por el Espíritu de Dios, así son aquellos que han nacido del Espíritu Santo, que no operan en la carne y no toman decisiones infatuadas y sin pensar, sino se detienen en el Santísimo Lugar, en la Paz, en el Reposo, para que el alma se doblegue, se tranquilice, y sepa esperar en aquel Rey de Paz que ha de poder solucionar los problemas más graves que pueda haber a tu alrededor y en tu propia vida.

¿Tú crees que ha de hablarte una voz estentórea y te ha de decir: “Tienes que hacer esto y esto”, y te ha de dar las formulas para que tú sepas como actuar? No, es por el Espíritu que uno escucha y hace. Si tú entras en la Paz del Santísimo Lugar, renunciando a todo aquello que te afecta, que te atormenta, que te hiere, que te lastima, todo lo que hubiere en tu alma, todo ese remolino que causa tanta confusión, y tú le entregas a Él por la obra que Él ha consumado en la cruz, así vas a poder recibir de Él en esa Paz, en esa quietud del Santísimo Lugar su enseñanza; y en esa quietud tu corazón ha de tener Paz, y has de sentir que algo ha sido cambiado en tu interior, sentirás algo sobrenatural.

Porque con su Amor Él nos liberta, su Amor saca todo aquello que está contaminando nuestro corazón, su Presencia arranca todas las fuerzas del mal que pudieran estar operando, porque no pueden resistirla. Mientras vas respirando, mientras vas hablando, esas fuerzas del mal están saliendo, están huyendo; de tal manera que cuando estás terminando la oración sientes tu corazón más liviano. Es porque has estado en su Presencia, solamente Él necesita tocarte, solamente tú necesitas acurrucarte en Él y Él ha de hacer lo demás.

Los humildes de corazón encuentran santidad en el Señor; los mansos heredarán la tierra, los mansos tendrán la Vida Eterna; y los mansos tienen que correr su carrera hacia la Patria celestial, hacia esa Jerusalem amada que Él ha fundado, ha construido para nosotros; y ese es nuestro propósito, poder llegar a ella».

Pr. Ricardo Claure Peñaloza